lunes, 30 de mayo de 2011

“La Universidad Central nunca volverá a ser la misma después de esto”


-Que levanten la mano los que estén a favor del paro indefinido!

Y de manera casi unánimemente, y como en un recital cuando tocan una canción romántica, todas las manos se alzaron. Ese fue el día cero. Recuerdo al salir de la asamblea sentir cómo esa adrenalina recorría mi cuerpo entero y le daba energías para algo que se avecinaba. Recordé aquella época de pingüina en el Liceo y de todas las veces que nos íbamos a paro con el fin de tener una educación de calidad. Y claro, pocas veces no fueron considerando que este establecimiento educacional era municipalizado. Una vez ese paro cobró fuerza y se volvió un movimiento. Recuerdo la primera toma del liceo, ese temor latente a la expulsión se sentía en cada una de nosotras, y a pesar de que no tuve un rol mayormente protagónico en esa ocasión, las que le siguieron fueron cobrando más sentido para mí, haciéndoseme más familiares las tomas y las causas de estas cada vez más justas. Así me sentía ese día lunes en la Universidad, volvía a sentir que se puede luchar limpiamente por una causa justa. Sentía que en definitiva mis ideales quizá no eran ni tan utópicos ni tan míos, ahora eran realidades y de todos nosotros. Así es que aproveché ese shock adrenalínico que me proveía el sistema nervioso simpático y le di un empujón a esos ideales que estaban algo estancados en mi mente.

La primera tarea era la de difundir la información entre los compañeros no presentes en la asamblea donde se votó a favor del paro indefinido. La respuesta de ellos por lo general no era de mucho interés, más bien preguntaban por el control que nos debían tomar en Metodología y al responder que este había sido suspendido, se iban a sus casas. Los demás nos quedábamos en la Universidad haciendo lienzos y creando un ambiente que nunca antes había vivido en ese monstruo gris de cemento.

Recuerdo que ese mismo día comenzaron las “funas”. Oh, como olvidar esa masa de unas doscientas personas avanzando por los pasillos, haciendo cánticos contra la venta de la Universidad, entrando a las salas y rompiendo el ambiente de normalidad que solía llevarse hasta entonces. Empezábamos a las dos de la tarde y terminábamos a las seis, tras un recorrido que involucraba Almagro Norte, VKII y VKI (en ese orden). Después nos dispersábamos y calabaza calabaza, cada uno para su casa con el cansancio de estar gritando y saltando cuatro horas consecutivas.

Así pasó la primera semana… y la segunda no se le diferencia en mucho, hasta la tercera donde ya sentíamos el cansancio sobre nuestros hombros. Y no era algo poco evidente, tan solo era cosa de ir a la Universidad y notar la poca gente que había y que en teoría no hacía mucho más que cumplir con la máxima de no entrar a clases por ningún motivo. Lo que a mi concierne, me pesqué un resfriado que me dejó sin voz en una oportunidad y con una tos que simulaba la de un perro… además a eso se me sumaron las críticas de mis madre: “Oye y cuándo van a volver a clases?”. Con todo el respeto y amor que le tengo a mi madre le respondía “cuando logremos conseguir lo que creemos justo” y un silencio se apoderaba de sus labios, pero podía sentir cómo sus ojos, por muy orgullosos que fuesen a veces, sentían que la lucha era por una causa justa. Sí, aunque no lo dijera, mi madre me apoyaba. Caso aparte es mi padre, de él heredé todo ese idealismo y utopías. Recuerdo un día en que íbamos conversando en el auto y se me ocurrió preguntarle que en una escala del uno al diez cuan idealista se consideraba. Respondió “ahora ocho, antes diez” y agregó una pequeña anécdota. “Esto no se lo he contado a nadie, pero el día en que cayó el muro de Berlín caí en una depresión de harto tiempo al ver cómo el capitalismo hacía de las suyas con el socialismo soviético. Algo parecido me ocurrió cuando vi nuevamente el socialismo en Chile con la Bachelet pero opacado por un sistema económico neoliberal”. Al escuchar esto sentí su completo apoyo frente a la causa y más fuerzas me dieron por seguir.

Esa semana a un grupo de compañeros se les ocurrió hacer una jornada cultural, donde se consideraba un pequeño café concert y unos bailes, lo que me entusiasmó bastante.

Todo siguió así, todo seguía siendo lindo y justo, se vinieron las tomas de la Universidad y sentir esa adrenalina en cada una de ellas era algo inexplicable. Ver la gente corriendo encapuchada, tapando las cámaras, poniendo cadenas y candados en los accesos principales para posteriormente llenarlos de sillas… todo eso que sacado de contexto parecía un acto terrorista, pero los que estábamos ahí sabíamos que era cualquier cosa menos eso, sabíamos que era el empoderamiento de los estudiantes, nos dimos cuenta que el poder lo tenemos nosotros y no los otros, generamos un cambio de consciencia que ni nosotros mismos estipulábamos. Pero bueno, esta es la parte de la historia donde debo hacer una distinción entre “nosotros”, como los participantes activos de la movilización, y “los otros” como la gente que quizá no asistía a las manifestaciones pero apoyaba no asistiendo a clases. En esta parte del cuento “los otros” parecían ser solo los flojos que se estaban dando unas ricas vacaciones quedándose calentitos en sus casitas mientras “nosotros” luchábamos por los derechos de todos, y no los vimos como más que eso hasta la cuarta o quinta semana del paro. Más de una vez me tocó toparme con alguno de mis compañeros que querían volver a clases e iniciábamos un pequeño debate/discusión que terminaba igual como empezábamos. Con el paso del tiempo ya no era una cosa entre yo y otra persona sino entre “nosotros” y ahora veinte que alzaban la voz para decir que estaban en contra… luego fuimos los doscientos veinte de FACSO contra la masa que creía que los fines se habían perdido y no quedaba otra alternativa que la de entrar a clases, habiendo tomado o no en cuenta la decisión democrática de seguir en paro. Al final “nosotros” y “los otros” eran dos grandes bandos claramente distinguibles, siendo los primeros los que querían seguir en paro y los últimos quienes querían volver a clases a toda costa. Habíamos creado ahora un conflicto social interno.

Y yo? Yo también me estaba agotando de las peleas por Facebook, de ver que la gente no estaba tan interesada como yo en cambiar las cosas (o al menos no a mi manera, lo reconozco), de que los carabineros fueran visita cotidiana dentro de la universidad y que ya se me hiciera costumbre andar con un cambio de ropa en el bolso para cuando me mojara el guanaco. También el kit anti lacrimógena que incluía limones, mascarillas, pañoleta y amoniaco.

Yo me cansaba ya de la paz activa, de que la gente de los altos mandos siguiera haciendo oídos sordos a toda una universidad paralizada después de un mes y además de que mis compañeros dejaran de apoyar la causa… y tuve mi día de crisis cuando en una de las peleas con carabineros vi una piedra en el piso y pensé que ya se me había colmado la paciencia y el pacifismo, así que sin dudar mucho la recogí del piso y con toda mi rabia de haber dejado de creer en mis ideales, la lancé directo al carro lanza aguas mientras un grito casi demoníaco se me escapaba para insultar al carabinero oculto en ese vehículo blindado. Ese fue el día que mi switch cambió, y lo que antes era una lucha justa por nuestros derechos ahora francamente se había vuelto una violenta revuelta contra un sistema representado en las fuerzas especiales. Y no fui la única en notarlo, quienes hicieron especial hincapié en esta situación fueron “los otros” que ahora exigían nuevamente votaciones para entrar a clases, el resultado? Perdimos “Nosotros” y “los otros” ahora entraban a clases legalmente.

Lo que en un momento tuvo su apogeo con un cien por ciento de la Universidad paralizada, y posteriormente logró poner sobre la mesa el problema de la educación superior, adhiriéndose así órganos tan importantes como la Confech, ahora se mostraba en su fase descendiente según un simple gráfico de procesos psicosociales. Lo que en su momento fueron los sueños de unos pocos, se volvió el derecho de todos. Lo que partió como un problema interno, terminó siendo el tema del año para la agenda del presidente, don Sebastián Piraña. Y a pesar de deponer el paro, me siento orgullosa de todos nosotros, porque no solo pudimos emplazar a los responsables de los problemas de forma y fondo de la educación chilena, sino que también creamos una nueva identidad como universidad. Como le oí decir a alguien por los pasillos “La Universidad Central nunca volverá a ser la misma después de esto”.

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