Siempre que veo a mi alrededor hay un algo que me vuelve alegre. Es que mientras veo tanta gente cayendo siento que me levanto cada vez más entre tanto mundo cambiante como nubes efímeras del litoral. Debe ser este época de vacaciones que me vuelve reflexiva y más animosa de lo común. Se desbaratan los nudos de mi cabeza y se van al viento, se los llevan las brisas del mar hacia otros lugares llanos donde quizá otra persona les necesite. Es que estos momentos para holgar son lo mejor del tiempo libre.
¡Siento alegría por tantas cosas que tengo!, tengo una hermosa madre que me abraza y me dice que me ama, un padre que siempre me enseña algo interesante, una hermana que me entretiene en mis momentos de ocio, un hermano a quien proteger y un hombre al que puedo abrazar. Tengo la dicha de poder sonreír con los míos y llorar para desquitarme de ese peso inservible sobre mis hombros. Puedo gritar de alegría a la nada y sentir que estoy enamorada.
Porque el invierno esta vez me reconforta más que la primavera que es remansa y llena de cosas que no necesito, porque descubrí que el frío es la excusa perfecta para abrazarte cuando estoy helada... al igual que el té cuando quiero conversar con mi familia y sentirme acompañada.
Es que la vida tiene denuevo esos colores propios de siempre que me reconfortan, aquellos que son más hermosos al no entenderlos y sólo jugar con ellos. Esos tonos amarillentos del otoño me hicieron reír más de una vez al divisarlos, los blancos de la niebla matutina y la nieve de la cordillera me vuelven dulce y tierna por dentro, los escasos celestes del cielo nublado me hacen recordar que aunque exista la helada el sol no deja de alumbrar.
Y es que en esta época me encanta vivir, el hecho de saber que voy al liceo porque me encanta aprender es parte de ello.
A estas alturas ya no importa que haya redactado mal mis ideas, porque son muchas y no las puedo hilar, sólo sé que quiero sonreir sin motivo aparente hoy, y nada más...
