lunes, 5 de junio de 2023

Cierra los ojos e imagina la puerta de la antigua habitación durante tu infancia, entra e imagina sentarte con tu yo pequeña, dile todo lo que necesitaste oír como niña (pero que nunca oíste).

Esa puerta blanca solía estar habitualmente abierta hasta atrás, era bajo ciertas situaciones que se cerraba y una de ellas era mis padres discutiendo. La pequeña Amanda recuerda despertar los domingo en la mañana con los papás discutiendo de fondo en la cocina, sentía mucho miedo así que se ponía a llorar pero nadie venía a verla. La pequeña Amanda creía que si lloraba más fuerte quizás la escucharían e irían a verla, así que lo intentó, lloró más fuerte... pero nadie llegó. Pasados los minutos se sentía cansada y ya no podía controlar más su llanto, así que abrazaba a su peluche de gorila blanco y se escondía bajo la sábana hasta volver a dormirse. Esta escena se repitió más veces de las que me gustaría recordar, sentir el miedo, sollozar, esperar que llegara alguien, nadie llegaba, llorar más fuerte, volver a esperar a alguien, finalmente nadie llegaba. 

Cerré los ojos y vi esa puerta blanca cerrada, sabía con qué me encontraría ahí dentro. Abrí la puerta y ahí estaba la pequeña Amanda, con su cabeza bajo la almohada llorando. Me acerqué y me senté en los pies de la cama (sintiéndome algo torpe en ese momento), hice cariño en los pies de la pequeña Amanda y lo primero que le dije fue que todo iba a estar bien (sin tener la certeza de que así fuera, pero quería que ella sintiera eso para salir de la pena). La pequeña sacó la cabeza de bajo la almohada, con sus ojos hinchados de tanto llorar, la sábana húmeda con lágrimas y secreción nasal, su llanto bajó considerablemente. Me acerqué un poco más, le pregunté si podía darle un abrazo y movió su cabeza asintiendo, abrí mis brazos y se abalanzó sobre mi pecho abrazándome fuertemente, yo la abracé de vuelta, su llanto aumentó nuevamente. Mientras la abrazaba le hice cariño en su cabeza, donde yacía un largo y oscuro cabello negro liso, y repetía "todo va a estar bien". Su llanto volvía a disminuir, ahora comenzaba ese sollozo interrumpido por pequeños y breves intentos por respirar. Mientras la abrazaba le dije que era normal sentir pena, que estaba bien que llorara si eso le ayudaba a estar más tranquila. Le ofrecí que cada vez que necesitara llorar podía contar conmigo, que no necesitaba estar sola mientras lo hacía, en ese momento la pequeña me abrazó más fuerte y cayeron lágrimas por su rostro, pero no eran lágrimas de tristeza sino de alivio. Quizás yo no dimensionaba lo mucho que significaba eso para ella. Luego de un rato le conté que yo tenía un remedio para la tristeza, pero debía darme 2 minutos para prepararlo, la pequeña dijo que si. Me levanté, fui a la cocina a buscar un vaso, lo llené de agua y eché dentro unas cucharadas de azúcar, lo revolví y regresé a la habitación. Le mostré el vaso y le dije que esa era una pócima para la tristeza, que solo debía tomarse eso para estar mejor, y se lo entregué. La pequeña comenzó a beberlo por sorbos cortos hasta que eventualmente se bebió todo. Sus ojos ya estaban secos y se podían ver las lágrimas secas en sus mejillas, me entregó el vaso y me dijo "gracias", le dije de nada y que cada vez que necesitara una poción para la tristeza simplemente me avisara y yo se la haría, le recordé que podíamos llorar juntas también y que solo bastaba con decir mi nombre y yo llegaría para estar con ella. Me dijo "gracias, tía Amanda". Le acerqué unos pañuelos desechables para sonarse y luego le pregunté si quería descansar un rato más antes de levantarse, me dijo que si pero que la acompañara, accedí y la ayudé a acostarse, la arropé como una fajita y le hice cariño en la cabeza hasta que se quedó dormida. 


Me pregunto de dónde salió todo eso, si mis padres nunca me consolaron cuando lo necesitaba, pero luego recordé a alguien imprescindible en mi vida: mi tía Pepa. Ella me hacía cariñito en la cabeza, ella me calentaba la cama con una plancha antes de acostarme para estar calentita, ella me arropaba, ella me leía cuentos hasta dormir. Si bien no estuvo todo el tiempo que lo necesité, porque no vivía con nosotros, cada vez que ella estaba se aseguraba de hacerme sentir querida y protegida. Honestamente siento que le debo parte importante de mi estabilidad emocional adulta a ella, y que lindo saber que eso me marcó tanto que ahora forma parte de cómo soy hoy (gracias infinitas, tía Pepa). 















Luna llena en sagitario

Cuando pienso en ti se me viene una palabra a la cabeza: caos. Todo lo que eres, lo que dices, lo que haces y lo que piensas es un abismo sin fin de caos. Cada paso que das es incertidumbre, un día eres uno, al otro día otro y así. Y yo, por un extraño motivo que aún desconozco, intento aceptarlo. Yo y mi nula capacidad de establecer límites, yo y mi eterna condescendencia hacia los demás, yo y mi infinita capacidad de anularme cuando alguien más necesita ayuda. 

En qué momento llegué hasta aquí? Y más importante aún, hasta cuándo me voy a permitir estar involucrada en una situación así? Hasta cuándo voy a dejar que el miedo al abandono siga guiando mi vida? Ya han sido innumerables veces en que he intentado quebrar este círculo vicioso que se repite una y otra vez pero siempre la angustia y la incapacidad para estar sola terminan ganando. 

Espero esta vez recordar los motivos:

Recuerdo esa vez que te vi lanzar el bolso al suelo y otro golpearte la cabeza contra un muro de la rabia, recuerdo el miedo de anticipar una posible agresión física.

Las miles de veces que te pedí un espacio para procesar mis emociones y que nunca me lo permitiste, obligándome siempre a responder en el momento ya que tú eres incapaz de sentir un mínimo de incertidumbre. Las miles de veces que por eso terminé explotando en rabia y desesperación, subiendo la voz y siendo la peor versión de mi misma.

Ese miedo diario al despertar al no saber cómo amanecerías ese día, el no saber si podría ser yo tranquilamente o si tendría que caminar pisando huevos. 




(to be continue...)