viernes, 7 de septiembre de 2007

Nos mueve la lástima?

Caminaba al paradero de todos los días. Recién salí de clases y fui con unas amigas a comprar unos aros a una feria artesanal cercana, compré dos pares. Mientras caminaba por Compañía de Jesús vi un pequeño puesto que vendía golocinas.
En mis caminatas diarias por ahí siempre estuve tentada a comprar unas deliciosas trufas que tenía la anciana del negocio. La tentación esta ves fue más grande, compré tres.
A una cuadra de ahí estaba el paradero. Esperé pacientemente la micro. Pasó una pero iba muy llena, así es que decidí esperar otra. Estuve un largo tiempo esperando.
Mientras estaba ahí miré hacia el frente. El hermoso ex-congreso nacional, ese semi palacio de blanco, tan bello, tan grande, tan majestuoso. Bajé la mirada de sus altas columnas y vi en la vereda a una anciana.
Algo particular había en ella; no caminaba, su medio de transporte era una desgastada patineta. Para avanzar usaba dos objetos semejantes a una plancha, los que ponía en el suelo y lograba un leve impulso para avanzar (supongo que estas cosas eran para no dañarse las manos).
Llevaba un cartel en la espalda (no sé que decía, no podía leer muy bien de lejos) y un vaso de plástico azul en el que guardaba las monedas que le daba la gente que circulaba por ahí.
Cada cuatro o cinco impulsos con las manos se detenía para descanzar.
De cada diez personas que pasaban, al menos una de ellas le daba una moneda, la que aceptaba sin decir palabra alguna la anciana.
En esto venía una micro vacía. La hice parar, subí y me senté en un asiento disponible. Al mirar por la ventana la abuela no había avanzado siquiera una cuadra.

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